Nuestro papel en el trance haitiano

Estoy de acuerdo la solidaridad con Haití, y su urgencia, pero la reflexión sobre las ayudas y cual es la causa de su pobreza nos ha de hacer reflexionar sobre cual ha de ser el compromiso que nos ha de mover. Creo que este artículo nos puede ayudar a la reflexión Nuestro papel en el trance haitiano

Pete Hallward (The Guardian)

Traducido para Rebelión por José Luis Vivas

Cualquier gran ciudad del mundo habría sufrido daños considerables por un terremoto como el que asoló la capital haitiana en la tarde del martes, pero no es ningún accidente que buena parte de la ciudad de Puerto Príncipe parezca ahora una zona de guerra. Gran parte de la devastación causada por la más reciente y desastrosa calamidad que ha golpeado a Haití se comprende mejor como el resultado de una larga e infame secuencia de acontecimientos históricos causados por el hombre. El país ya ha tenido que enfrentar más catástrofes de las que en justicia le corresponden. Cientos de personas perecieron en Puerto Príncipe por un terremoto en junio de 1770, y el gigantesco terremoto del 7 de mayo de 1842.

La dignidad de los muertos

Mal inicio del año 2.010, cuando el planeta Tierra tiembla y la madre Naturaleza nos muestra su peor cara. Ese rictus de temblor acerado con su tic de filo de guadaña. Cuando se dice que la Naturaleza es sabia, no sé si refiere a su capacidad para localizar a los más pobres, a los parias del vertedero, y cebarse con ellos hasta aniquilarlos. Quizás su sabiduría radique en cortar por lo sano cuando la putrefacción avanza. Una especie de amputación, de limpieza. Una quema, una catarsis purificadora para arrasarlo todo y renacer de sus cenizas ¿Quién sabe? Pues son muchos años de caudillos, sátrapas y tiranos asesinos que gobernaron Haití hasta convertir el país en el más miserable lupanar de América. Una especie de estercolero africano mal colocado en el mapa. Y a la sucesión de dignatarios del horror, la ola de huracanes con nombre de bellas sirenas psicópatas -“Jeanne”, “Beulah”, “Inés”- o de neptunos homicidas - “Dennis” “Georges” o “Gordon”- que a su paso sembraban, literalmente, la isla de cadáveres. Haití fue el segundo país de América en conseguir su independencia y el primero del mundo en abolir la esclavitud.¡Meritorio récord! Corría el año 1.804.

Un esclavo, de nombre Jean Jacques Dessalines, se levantó en armas contralos franceses para acabar con la fábrica de esclavos que habían establecido en la isla. De manera que más de500.000 hombres y mujeres negros sufrían el látigo galo para, con los beneficios, embellecer los palacios y jardinesde París, y que a los franceses no les faltaran bailes, vestidos y tabaco rapé que inhalar por la nariz como si semetieran el polvo calcinado de los esclavos muertos.Fueron libres, pero no les sirvió de mucho. Una especie de patología endémica inherente a la codicia humana, a la corrupción y a la desdicha, se instalaba en el país. Más de 30 golpes de Estado, más de 60 gobiernos. En el 1.915 se produjo la invasión militar por parte de Estados Unidos, hasta dejarla abandonada en la más absoluta bancarrota en 1.957. Como una repugnante sanguijuela deja seca de sangre incluso el alma de su víctima. Hasta que llegaron los famosos –por gordos devoradores de hombres – Duvalier, que gobernaron con grillete y puño de hierro 27 años, de 1.959 a 1.987.

Esclavos

Si las preocupaciones y estrecheces, que estamos pasando con la crisis económica, además de quejarnos y protestar de la mala gestión de los políticos, nos sirven para pensar en los problemas de fondo que tenemos planteados, comprenderemos que no todo lo que está ocurriendo es negativo Si nuestras privaciones de ahora nos obligan a dejar a la generaciones futuras un mundo más humano, tendremos que concluir que estamos dando un paso importante. No todo es negativo en este momento. Digo estas cosas porque los apuros, que estamos sufriendo, me hacen pensar en los esclavos. No en los del pasado, sino en los del presente, los de ahora mismo.
Mucha gente piensa que la esclavitud pasó a la historia. Y pocos se dan cuenta de que, en nuestro avanzado siglo XXI, hay más esclavos que en los tiempos del imperio romano. Entre otras razones porque ahora tener esclavos es más barato que entonces. Hace veinte siglos, sólo podían tener esclavos las gentes de dinero, los ricos, los potentados. Hoy, los que disfrutamos de la sociedad del bienestar, aunque el bienestar pase por una crisis (como ahora), todos tenemos esclavos. Y quiero destacar que, al decir esto, ni exagero, ni estoy utilizando frases que llamen la atención.
Lo que pretendo es que tomemos conciencia de que, en los tiempos modernos, la democracia y la esclavitud coexisten en lo que los economistas ven como una fuerte correlación directa, en otras palabras, ambos fenómenos muestran idénticas tendencias y uno condiciona al otro (Loretta Napoleonni). Desde que en 1950, el proceso de descolonización consiguió la libertad democrática para millones de ciudadanos (el caso de África es elocuente), el número de esclavos y esclavas creció y su coste cayó en picado. Hoy los esclavos, y esclavos baratos, son imprescindibles para que nuestras democracias sigan funcionando.

La Crisis: ha sido necesario el escándalo

No sabemos lo que va a durar la crisis económica. Ni sabemos las consecuencias que puede tener. Lo que sí sabemos es que han sido tantos y tales los escándalos, que las cosas han llegado a donde tenían que llegar. Exactamente a donde estamos: a una situación de inseguridad y miedo que nadie sabe en qué puede terminar. No es bueno que, en estas condiciones, cunda el pánico. Mal servicio nos hacen los políticos y los medios que se dedican a asustar a la gente, anunciando que el apocalipsis definitivo está a la vuelta de la esquina. Cuando el miedo invade a la población, pueden ocurrir cosas que no imaginamos, que a todos nos hacen daño. Porque, en situaciones

así, no manda la cabeza, sino los fantasmas que cada cual se imagina.

No es bueno que cunda el pánico. Sin embargo, lo que a todos nos conviene es pensar muy en serio por qué hemos llegado a esta situación. No me refiero a las explicaciones que nos pueden dar los economistas, los empresarios y los políticos. Todo lo que nos puedan decir los que saben de verdad de qué va el asunto, por supuesto nos conviene. Pero yo me refiero a algo más sencillo y, al mismo tiempo, más hondo.

 

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