El personal expatriado, raras veces actúa solo. Lo común es que trabajen dentro de una organización, gubernamental o no. Esa organización a la que pertenecen delimita su marco de actuación, señala los objetivos, fija las propuestas, aprueba los proyectos, determina los criterios con los que se ejecutan. Los cooperantes no realizan su proyecto. Gestionan, proponen, diseñan el proyecto de la organización que representan.
Sin embargo los cooperantes, contra lo que con frecuencia argumentan, sí que pueden condicionar significativamente la calidad de la cooperación que se realiza. Dentro de su organización, tiene poder, espacio e influencias propias que pueden usar de un modo o de otro.
El cooperante, la cooperante, como ocurre en el caso de otras profesiones- aunque tal vez más que en ellas- comprometen en su trabajo cotidiano la globalidad de su persona. La sonrisa, el guiño, el tono de voz, el gesto, se convierten en herramientas de su labor.
Pero no basta la buena voluntad. En cooperación- como advertía San Vicente Paúl- es más importante cómo se daquelo que se da. Los cooperantes, como responsables últimos- y con frecuencia principales- del cómo se hace la cooperación tienen en sus manos una parte fundamental del éxito o fracaso de la cooperación. Tienen poder.
Si los médicos, los abogados, los periodistas tienen su propio código deontológico, los cooperantes también deben tener el suyo, una guía ética que vaya más allá de la política concreta que desarrolla el organismo en el que coyunturalmente trabajan.
La siguiente propuesta de Código- con 14 mandamientos-, referida exclusivamente al cómo se coopera, intenta esbozar una línea de conducta cuya validez se extienda más allá del país o del sector social con el que se realiza la cooperación. Más allá también de las características de la organización a la que se pertenece.