LA “MARCA ESPAÑA”
Rafael González Jiménez
En este país va resultando ya difícil asombrarse o indignarse por alguna nueva ocurrencia de nuestra “beautiful people”. Pero, de verdad, pocas cosas me parecen más idiotas que este invento, últimamente tan de moda entre la clase político-tertuliana que nos flagela, de “la marca España”.
¿Qué “marca” es esa? ¿Cuáles son los ingredientes maravillosos que pueden hacer deseable y competitivo ese producto? ¿Qué señas de identidad nacional podemos exhibir para vender con éxito la marca en cuestión? Como supongo que resultaría anacrónico desempolvar a Viriato, el Cid Campeador, Isabel y Fernando o a las escuadras de “por el imperio hacia Dios” y sería menester presentar triunfos más actuales, seguro que podríamos sacar pecho con…
- Los cinco millones y pico de parados, de los cuales casi el 47% -cifra récord por cierto en este primer trimestre del 2013- no perciben ninguna prestación, siendo cerca de dos millones el número de hogares con todos los miembros de la familia en paro.
- El creciente aumento de la desigualdad socioeconómica que no ha dejado de crecer en los últimos 5 años. Según los indicadores recogidos por Eurostat (la llamada “ratio 80/20” que recoge la relación entre el 20% de población con ingresos más altos y el 20% con ingresos más bajos), España bate el récord de desigualdad -7’5 puntos- entre los 27 países de la eurozona. El informe FOESSA para 2013 y los documentos de Cáritas española avalan también estos datos.
- Los desahucios de viviendas que, obviamente, afectan a las familias y ciudadanos más débiles y que al cierre de 2012 ascendieron a 101.034 según la estadística elaborada por el Consejo General del Poder Judicial, asunto que ha motivado un fallo del Tribunal de Justicia de la Unión Europea advirtiendo que la legislación española no protege a los ciudadanos de las claúsulas hipotecarias abusivas.
- Los incontables casos de corrupción a cargo de las élites políticas, financieras y empresariales en sus múltiples variantes: malversación de fondos públicos, clientelismo, financiación ilegal de los partidos, prevaricación y cohecho, etcétera, corrupción de la que no se libra ninguna institución pública -desde la propia jefatura del estado hasta el más humilde de los ayuntamientos- y que está contribuyendo a la profunda desafección de la ciudadanía no ya solo de su clase política sino, más peligroso aún, del propio sistema democrático.
- El desmantelamiento progresivo, con la excusa de la reducción del déficit público, de los sistemas de protección y compensación social en aspectos tan importantes como la sanidad, la educación, las ayudas a los sectores de población más débiles (parados, ancianos, minusválidos, inmigrantes…), etcétera, que alimenta las infinitas protestas de amplios sectores de población en las calles de nuestros pueblos y ciudades.
¿Y esta es la famosa “marca España”? ¿De verdad pensamos que se puede competir en el mercado internacional con este bagaje? Da la impresión de que, a base de vivir con y en la mentira, hemos ido perdiendo poco a poco hasta el sentido del ridículo. ¡Qué pena y qué vergüenza!
No obstante hay algo que aún me preocupa más en todo este asunto. Fíjense: para el gobierno quienes atentan contra la dichosa “marca España” no son los que roban a manos llenas, los que defraudan, los que se aprovechan de su cargo o su posición social en beneficio propio, los que engañan con trampas como las “preferentes” y otras sinvergonzonerías financieras que con tanta habilidad manejan, los que se llevan los dineros a esos paraísos fiscales para librarse de impuestos y cargas, los que tramitan EREs o deslocalizan empresas para seguir haciendo caja impunemente, los “amiguitos del alma” de delincuentes confesos, los que pretenden explicar fotos inexplicables, los grandes faraones que saquean las arcas públicas con construcciones megalómanas que no sirven para nada o se quedan a medio hacer… No, qué va; estos son los “patriotas”, los buenos ciudadanos, los que defienden el país y van a salvarlo de la crisis. Mientras que los malos, los que manchan el nombre de España, son los parados y desahuciados, los dependientes sin subsidio, los jueces que se atreven a investigar ciertos asuntos feos de los de arriba, los timados por los bancos, los enfermos que se ven obligados a pagar parte de sus medicinas y tratamientos, los funcionarios, médicos y profesores que quieren que se mantengan los servicios públicos. Sobre todo si protestan, si hacen ruido en la calle. ¿Les queda otra? Como diría Eduardo Galeano: los cuentos del mundo al revés.
¿Puede uno dejar de cabrearse con estas cosas? Que los mejores ciudadanos de este país, la gente magnífica y solidaria que ayuda y defiende a los más débiles aunque no les vaya nada en ello, los voluntarios que recogen y sirven comida a los hambrientos, los que aguantan el frío y la lluvia manifestándose en calles y plazas por puro sentido de responsabilidad social o los que participan en los escraches exponiéndose a ser identificados como delincuentes o recibir algún que otro palo, puedan ser tratados de “peligrosos antisistemas”, de practicantes de la “kale borroka”. Bien se ve que los que nunca tuvieron que manifestarse porque desde siempre lo tuvieron todo –y si no lo tuvieron se han sentido con derecho a cogerlo- no pueden entender estas conductas.
Acabo con las palabras de Jorge Vestrynge cuando fue identificado por la policía en el escrache de miembros de la PAH a la vicepresidenta del gobierno Soraya Sáenz de Santamaría: "Cuando al pueblo se le trata como a un perro, el pueblo termina mordiendo. Aunque de momento sólo estamos ladrando"… ¡Pues eso!