Quizás sea muy poco, apenas nada, el dedicar este escrito al joven tunecino que se prendió fuego a lo bonzo en Túnez, ante la grandeza de su gesto. Unas líneas, un folio, unas cuantas palabras para una vida que arde en las llamas de la desesperación. Un fuego lúgubre que, sin embargo, prende todas las mechas de la esperanza. Se llamaba Mohamed Bouazizi y era un vendedor de fruta. Desde los diez años se dedicaba a comprar la mercancía por la noche y después, a la mañana y durante todo el día, a venderla arrastrando su carro por las calles y plazas. Pero antes, tenía que someterse a la mordida policial que le exigía su parte si quería seguir vendiendo. Si no quería que le volcaran el carro, le robaran la fruta o le destrozaran las piernas y la cara. A la tarde, regresaba a su casa con sus doce dinares de ganancia, unos ocho euros, para alimentar a los nueve miembros que se hacinaban en su astrosa casa. Policía corrupta que sigue el ejemplo piramidal de sus dirigentes, que alarga la mano para que le suelten un manojito podrido de billetes. Un rollito de billetes si quieres seguir malviviendo. Igual que en Egipto, en Marruecos y en Argelia. Igual que en todo el Magreb. Lo mismo que en toda África. Hasta que un día se cansó de humillaciones –más vale morir de pie que vivir eternamente de rodillas-, compró un bidón de gasolina, se la derramó por el cuerpo y, delante de los dos policías que lo acosaban, se prendió fuego. Murió una semana más tarde en el hospital. Justo cuando su gesto era un símbolo que había prendido la pólvora de la revolución y el pueblo, harto como Mohamed, se echó a la calle reclamando pan, justicia y libertad.
El mismo plazo que se dio el presidente Ben Ali para salir huyendo como una rata con su familia, cargado con el dinero de sus veintitrés años de expolio, para refugiarse con sus sátrapas hermanos de Arabia Saudí. ¿A qué nivel de desesperación hay que llegar para quemarse a lo bonzo? ¿Qué nivel de sufrimiento, de acorralamiento, de aniquilación no has tenido que soportar para prenderte fuego? Y sí, ciertamente es muy triste llegar a esos extremos que nadie desea. Como no se desea el centenar de muertos que se ha llevado la revuelta. Pero, para mí, es un ejemplo y un soplo de esperanza. La noticia más importante de los últimos años, ahora que ya nadie cree en las revoluciones y parece que han conseguido matar las ideologías. Una lección para el mundo. Un canto valiente de un pueblo que se echa a la calle: jóvenes y abuelos, abogados y comerciantes, viudas y estudiantes, barrenderos y desempleados. Hartos ya de estar hartos, todo el mundo a la calle. Una sublevación pacífica, a pesar de Mohamed y su centenar de muertos, en la que los militares acaban abrazando a la gente, y de los fusiles, en vez de balas y bombas lacrimógenas, cuelgan los jazmines. La Revolución de los Jazmines. Un levantamiento que los tiranos del planeta observan con miedo al contagio y una lección moral que sonroja a los cómplices de la Tierra. Me refiero, por no citar a otros, a Francia, por ejemplo, cuya ministra de Exteriores, Michéle Alliot-Marie, ofreció antidisturbios al dictador tunecino antes de su caída. Así trata el capitalismo a sus dictadores; por favor, no más interferencias. Además de todos los países que hacen la vista gorda, España incluida, que pasan la mano por la espalda del tirano, a cambio de unas migajas en forma de contratos, sin que se les atragante el discurso de los derechos humanos. El discurso que se tragan cuando negocian sin escrúpulos con los países más corruptos del mundo: ¡Todo sea por la pasta!Un ejemplo también para los jóvenes terroristas de la yihad islámica. Esa patología que les lleva a inmolarse en nombre de un falso Dios y de un paraíso inexistente. Detrás de Mohamed B. no estaba Al Qaeda, como les hubiera gustado a algunos. La de Túnez ha sido una sublevación laica. Sin martirios por Dios ni por la Patria. Una lección para todos los jóvenes planetarios. Ya que el papel jugado por los estudiantes, trabajadores jóvenes y desempleados tunecinos ha sido crucial. No todo es conformismo y aceptación del infortunio como algo inevitable. Ni las nuevas tecnologías, Internet y las redes sociales, son una pérdida de tiempo, sino un elemento clave en el éxito de esta revolución incruenta: bytes por armas. Y tengo la convicción de que cualquier día nuestros jóvenes acomodados de Occidente también van a decir “basta ya”. Un “hasta aquí hemos llegado” por no aceptar el sistema que hemos creado. Un sistema hipócrita que fundamenta su existencia en el poder económico de unos pocos. En la injusticia sistematizada para que la riqueza de unos viva de la desgracia y la pobreza de otros. De su voracidad incontrolada. ;Lo dice hasta Paul Kraugman, premio Nobel de Economía, “la distribución de la renta es cada vez más injusta y está en manos de una minoría”. Jóvenes que dirán “basta ya” a la vergüenza de los paraísos fiscales, que no son una entelequia sino que tienen nombre y apellidos, algunos muy cercanos: Andorra, Gibraltar, Liechtenstein, Luxemburgo (Sí, Luxemburgo), Islas Caimán, Bahamas, Aruba, Bermudas, Barbados... Pequeños territorios, sin apenas población, pero que cada uno acoge “incomprensiblemente” miles de bancos y miles de fondos especulativos. Y la muy digna Suiza –en la que viví tres años-, que ha conseguido ser históricamente el país más rico del mundo, gracias, fundamentalmente, a las cuentas secretas –manchadas de sangre- de todos estos canallas. Jóvenes que querrán saber qué hace el banco de Santander, el BBVA, Caja Madrid o la Caixa con el dinero de nuestras cuentas e inversiones, en vez de tener una banca ética… si es que es posible este nombre. Jóvenes hastiados de ser carne de paro. ¡Qué paradoja: los jóvenes mejor preparados de la historia y los mayores desempleados! ¡Los parados más ilustrados del Estado a cambio de la prolongación “sine die” de la jubilación de sus abuelos. Jóvenes que reclamarán otra democracia, sin políticos compatibles con ingresos privados, con listas abiertas, con verdadera proporcionalidad, sin que sea la abstención y el desencanto los que se hacen con las mayorías absolutas. Democracias participativas y no al silbato del poder económico. Jóvenes que harán su propia revolución, como la de Wikileaks, hasta desentrañar todas las mentiras del planeta. ¿Por qué critican a Julián Assange, su creador, en vez de darle el premio de la democracia? ¿Quién no está deseando que Wikieaks saque el listado que le ha pasado Rudolf M. Elmer, responsable de las operaciones de un banco suizo en las islas Caimán, con miles de cuentas pertenecientes a políticos y hombres de negocios? Rebeldes con causa, ansiados jóvenes que demostrarán que la muerte de Mohamed Bouazizi no podía ser en balde. Una revolución pacífica que estamos esperando. Ayer Túnez, hoy Egipto, mañana Argelia, Marruecos, Yemen, Arabia Saudí… y otros mucho más cerca. Muy, muy cerca!!!!