EL MUNDO EN QUE VIVIMOS. EL FUTURO IMPERFECTO DE AFGANISTÁN

El mundo en que vivimos

 EL FUTURO IMPERFECTO DE AFGANISTÁN

En octubre de 2001, con las heridas aún sangrantes del atentado contra las Torres Gemelas y el Pentágono, el presidente George W. Bush ordenó la invasión a Afganistán, encabezando una coalición internacional que pretendía destruir al grupo terrorista Al Qaeda, de Osama bin Laden, y expulsar de Afganistán a los talibanes, que lo protegían. Bush lanzó una operación llamada “libertad duradera”, que resultó una “guerra duradera”; de hecho, la más larga de la historia de Estados Unidos.

Aquella invasión, y la siguiente guerra contra Irak, “justificada” por Bush, el premier británico Tony Blair y el presidente español José María Aznar en la existencia de unas “armas de destrucción masiva” que nadie jamás vio, provocó una gran desestabilización de la región que, entre otras cosas, generó la aparición del autodenominado Estado Islámico. 

La administración Bush mandó 100.000 soldados a Afganistán. Los masivos bombardeos aéreos hicieron caer pronto las principales ciudades. Los talibanes las abandonaron y comenzaron una larga guerra de guerrillas. Los estadounidenses tardaron diez años en encontrar y matar a bin Laden en Pakistán. Y hoy, dos décadas después, y luego de más de 2.400 militares estadounidenses muertos y decenas de miles heridos, y alrededor de dos billones (con B) de dólares gastados, los talibanes parecen más fuertes que nunca.

LA AVENTURA SOVIÉTICA

En 1978, una revolución instaló en el poder al Partido Democrático Popular de Afganistán, que solicitó la ayuda militar de la Unión Soviética. Tropas soviéticas entraron al país para proteger a aquel régimen afgano. Diez años más tarde, los guerreros afganos (los muyahidines), entre los que se encontraba Osama bin Laden, obligaron a retirarse a los soviéticos; contaron con la generosa ayuda económica y militar los Estados Unidos.

La salida de los soviéticos no estabilizó al país. Siguió una salvaje guerra civil entre los “señores de la guerra”, hasta que en 1996 los talibanes, una milicia islámica radical, lograron el control de casi todo el país, aplicando una interpretación extrema del islam, que condenó a las mujeres y niñas al sometimiento y la ignorancia. Aquel triunfo de los talibanes fue bien recibido por la comunidad internacional, sobre todo por Estados Unidos. La percepción cambió cuando se comprobó que querían arrastrar al país al islam radical, con tratos degradantes a las mujeres, con un uso desmesurado de la violencia y una sistemática violación de los derechos humanos, según los parámetros occidentales, y que protegían al grupo terrorista Al Qaeda.

La situación actual tiene similitudes con aquélla. Al igual que les ocurrió a los soviéticos, ahora los estadounidenses saben que no han derrotado a los talibanes, que de hecho controlan más territorio que nunca en su país. Pero tomaron la decisión de salir de Afganistán, con el rabo entre las patas, tras admitir a regañadientes que su estrategia había fracasado rotundamente y que no habría solución militar. La mayoría de sus soldados ya se han ido, y los últimos se irán en los próximos días. (Ahora su prioridad es centrarse en China, a la que consideran su principal enemiga).

EL IMPERIO DE LA MUERTE

También tiene similitudes con lo ocurrido en Vietnam en los 70. En 1975 el entonces presidente Richard Nixon sabía que su aliado de Vietnam del Sur no sobreviviría sin las tropas estadounidenses. Y así fue. Ahora, también el presidente Joe Biden sabe que su salida de Afganistán puede entregar ese país en manos de los talibanes.

Washington comenzó a negociar con los talibanes hace varios años, para garantizar una salida lo menos deshonrosa posible para sus tropas y las de la OTAN, aunque publicitaron que las negociaciones tenían por objeto lograr que los talibanes no den cobijo en el futuro a grupos terroristas que amenacen a Occidente. En ese sentido iba el acuerdo firmado en Qatar en febrero de 2021.

Los combatientes afganos muertos en dos décadas pueden estar en torno a 70.000, pero además han caído entre 600.000 y un millón​ de civiles, y más de tres millones han sido heridos. También se han contabilizado cinco millones de refugiados en el exterior y dos millones de desplazados internos. La ONG Save The Children cifra en al menos 26.000 los niños asesinados o mutilados. Ya a poco de iniciarse la guerra, Amnistía Internacional informaba de crímenes de guerra y detenciones arbitrarias y masivas de ciudadanos afganos por parte de las fuerzas extranjeras y el ejército nacional, irrespetando los derechos humanos más básicos.

LA PARTICIPACIÓN DE ESPAÑA

España también participó en la guerra. Inicialmente se nos dijo que era una misión de ayuda humanitaria y para colaborar en la reconstrucción; luego se evidenció que se trataba de echar un cable a los estadounidenses para acabar con la insurgencia y entrenar a las Fuerzas de Seguridad Afganas. El gobierno de José María Aznar (Partido Popular) dio vía libre a Bush para usar las bases de Rota y Morón, que posteriormente la CIA utilizaría (además de otros aeropuertos españoles) para para el traslado ilegal de más de 200 prisioneros que acabaron en el centro de torturas de Guantánamo.

Por Afganistán pasaron en esos años 27.000 militares españoles, de los que 102 murieron, incluidos los 62 que viajaban en el avión Yac-42, que se estrelló en Turquía en 2003, un vergonzoso incidente lleno de irregularidades, secretos, falsificaciones y falta de respeto a la dignidad de los fallecidos y burlas a sus familiares. La operación, además, nos costó 3.500 millones de euros.

El gobierno de Aznar también donó en 2003 al gobierno afgano 17.000 toneladas de armamento (tanques, morteros, cartuchos para mortero, misiles guiados antitanque, pistolas…), que Aznar ocultó al Parlamento.

LAS INCERTIDUMBRES

La retirada estadounidense deja abandonado a su suerte a un gobierno frágil y a un ejército en su mayoría mal entrenado y desmoralizado. Cuando en mayo el presidente Joe Biden anunció su decisión de abandonar el país, los talibanes arreciaron su ofensiva; y todavía más cuando el 2 de julio los estadounidenses abandonaron la base de Bagram, su mayor base en el país. En días recientes los talibanes han tomado ciudades e instalaciones militares importantes, entre ellas las ciudades de Kandahar y Herat, la segunda y tercera en importancia del país. Ya dominan casi la mitad de las 34 capitales de provincia del país y controlan más de la mitad del territorio; algunos dicen que el 70 o el 85%, incluidos pasos fronterizos con otros países (Pakistán, Irán, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán y China).

Con cada conquista acrecientan sus arsenales de armas y material militar. Al parecer, los soldados se rinden sin combatir y entregan sus armas y pertrechos. La “preparación” del ejército afgano, para lo que fueron allá nuestros militares, no ha aguantado el primer soplo. Se informa, además, que en sus últimas conquistas los talibanes han ofrecido corredores de salida a los funcionarios provinciales hacia áreas controlada por el Gobierno.

La salida de los estadounidenses, que abandonan precipitadamente sus bases militares sin siquiera avisar al gobierno y ejército afganos, parece estar minando también la moral de los soldados afganos, muchos de los cuales se pasan con sus armas a los talibanes.

La mayoría de analistas creen que el gobierno y el ejército afganos no podrán resistir el empuje talibán, que pronto se harán con el control de todo el país o de la mayor parte de él. Los servicios de inteligencia de Estados Unidos creen que en 90 días podrían hacerse con el control de Kabul, lo que supondría la caída del gobierno y una rotunda victoria miliar . El ritmo de avance talibán sugiere que la situación podría precipitarse. Estados Unidos ha pedido a sus ciudadanos que abandonen "inmediatamente" Afganistán, y ha enviado miles de marines para evacuar su embajada en el país. Lo mismo han hecho los británicos. (Parecería que a los países invasores de 2001 sólo les preocupa sacar a sus connacionales). El propio gobierno afgano ha ofrecido a los talibanes un reparto de poder a cambio de cesar en su ofensiva.

De momento, la palabra clave es incertidumbre. ¿Qué ocurrirá en un Afganistán dominado por los talibanes? Algunos hablan de una vuelta al statu quo previo a la invasión estadounidense de 2001. Cuando los soviéticos salieron del país a finales de los 80, el primer decreto del gobierno talibán fue prohibir a las mujeres trabajar, estudiar o salir de casa si no estaban acompañadas de un varón; después llegaron las barbas obligatorias para los hombres, la prohibición de la música y el cine, las ejecuciones públicas...  Muchos temen que algo similar pudiera ocurrir ahora, pero otros creen que los talibanes ya no son los mismos de 1996 y que serán más permisivos que la radical ley islámica. Para Occidente la gran incógnita es si el país volverá a ser un santuario para organizaciones terroristas.

Pocos son los que piensan en los aproximadamente 38 millones de afganos, de los que el 64% tiene menos de 25 años. Más de 40 años de guerra casi ininterrumpida son una de las causas principales por las que Afganistán sigue siendo un país pobre. El 55% de sus habitantes vive por debajo del umbral de la pobreza, y el desempleo se cierne sobre la cuarta parte de la población. Y solo en este año casi 400.000 personas han sido desplazadas por el conflicto. Nadie sabe si en el corto plazo su situación podrá cambiar a mejor…