Necesitamos un programa mundial de justicia global

 

 Entrevista 

Javier Pagola

Rafael Díaz Salazar ha publicado en Icaria el libro "Desigualdades Internacionales, ¡Justicia ya!!. Es profesor de sociología en la Universidad Complutense y trabaja con organizaciones obreras, grupos de cooperación para el desarrollo y movimientos sociales vinculados al Foro Social Mundial.

 

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–¿A qué se debe la publicación de este libro en un contexto de crisis que centra la  atención en la situación económica que atraviesan los países ricos?

–Existe el peligro de olvidar que la pobreza y el sufrimiento extremo están muy lejos de Europa y de Estados Unidos. El hambre está creciendo en el mundo. Pretendo llamar la atención sobre la necesidad de seguir impulsando una solidaridad internacionalista. Me duele que en las demandas del movimiento 15 M no aparezca con fuerza la situación de los países empobrecidos. Corremos el peligro de centrarnos exclusivamente en problemas sociales y políticos propios de países ricos.

–En este libro analizas más la riqueza mundial que la pobreza, ¿por qué?

–Los ricos siguen siendo muy ricos e incluso algunas grandes empresas están ganando ahora mucho más que en el periodo anterior a la crisis. Además ha irrumpido una nueva clase formada por los muy ricos que viven en los países empobrecidos. Nunca como ahora ha sido tan necesaria una Hacienda Pública Mundial para redistribuir la inmensa riqueza acumulada por una minoría de los habitantes de la tierra. El problema no es la pobreza, sino la desigualdad. Hay dinero para erradicar la pobreza y disminuir sustancialmente las desigualdades internacionales. Lo que se requiere es una cantidad menor que la utilizada para salvar al sistema financiero.

–¿Qué datos ponen de manifiesto el abismo mundial de desigualdad?

 –El estudio más reciente de la ONU sobre riqueza de los hogares muestra que el 1% más rico (37 millones de personas en toda la tierra) posee el 40% de los activos mundiales. El 10% acumula el 85% de la riqueza global. Mientras tanto, el 50% de los hogares más pobres del mundo sólo dispone del 1% de la riqueza de todos los hogares de la tierra.

 

–¿La desigualdad en el mundo crece o decrece?foto_02

–En los últimos 20 años ha habido progresos en la reducción de la pobreza absoluta, debidos en gran parte al crecimiento económico de China, pero la desigualdad mundial se consolida y avanza. En 54 países la pobreza es ahora mayor que en 1990 y en 21 países ha aumentado el porcentaje de personas hambrientas.

–¿Qué efecto tiene la desigualdad en la pobreza?

–La pobreza es fruto de la desigualdad. Necesitamos un programa integral de justicia global. Es preciso instaurar un conjunto de políticas públicas mundiales que tengan como prioridad disminuir las desigualdades entre países y en el interior de cada país. Hemos de ser conscientes de que la cooperación para el desarrollo no es el mejor instrumento, ni el más prioritario para luchar contra la pobreza.

–¿Sigue siendo necesaria la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD)?

–Sí. Ten en cuenta que en África subsahariana representa el 44% de los presupuestos nacionales. Hay que orientarla al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio y concentrarla en servicios sociales básicos, pues lo que se destina a ellos es sólo el 20% de la AOD mundial.

–¿Se puede redistribuir la riqueza mundial mediante impuestos internacionales?

–Es posible si hay voluntad política. Necesitamos instaurar un gobierno político de la economía mundial y acabar con la desregulación que han imperado durante el ciclo neoliberal que nos ha llevado a la crisis. La acumulación de riqueza en pocas manos es muy grande y muy injusta, como muestro con datos concretos en el libro, y por eso ha llegado la hora de crear una Hacienda Pública Mundial vinculada a un Consejo de Seguridad Económica dentro de la ONU. Es posible instaurar impuestos sobre los capitales financieros que se mueven por todo el mundo y sobre la riqueza de los multimillonarios que aparecen en la lista Forbes. También reclamo un impuesto del 0,7% sobre los ingresos declarados a la Hacienda Pública por personas y empresas de los países ricos para poder satisfacer necesidades básicas en los países empobrecidos. Ya existe en 18 países una tasa a billetes de avión. Unitaid gestiona lo recaudado y lo destina a la compra de medicamentos contra el sida, la malaria y la tuberculosis.

–¿Qué hacer con los paraísos fiscales?

 –En 44 paraísos fiscales se mueven 11,5 billones de dólares. En estos territorios se concentra la criminalidad financiera de los países del Norte y del Sur. Es intolerable que el G20 sea incapaz de acabar con ellos. Se dedican más recursos a perseguir a Al Qaeda que a estos terroristas financieros de guante blanco que provocan hambre, miseria y muerte de millones de personas en el mundo. La Comisión Noruega sobre fuga de capitales desde países en desarrollo considera que el 20% de los flujos a paraísos fiscales proviene de esos países. Según Susan George «en 2004 las élites económicas y políticas africanas robaron por lo menos 420.000 millones de dólares, que con sus intereses ascendían a 607.000 millones, rapiñándolos a los erarios públicos».

–¿Cómo está el gasto militar en el mundo?

–Sigue creciendo. Por cada dólar que los países ricos destinan a AOD, se gastan diez en presupuestos militares. El actual gasto mundial anual para paliar el SIDA equivale a tres días de gasto militar. El PNUD propuso en los años noventa crear un«Di videndo de Paz», basado en la reducción anual de un 3% del gasto militar para dedicar el fruto de ese desarme al desarrollo de los países empobrecidos. Es necesario retomar esta propuesta. En nuestro contexto de crisis, hay que reducir con fuerza el gasto militar. Los problemas de seguridad en el mundo no se resuelven ya con guerras y más armas. Los conflictos existentes lo demuestran con claridad. El gasto militar actual es un derroche inútil e ineficiente.

–¿Qué hacer con la deuda externa?

–Depende del tipo de país. En algunos existe deuda ilegítima que no debe ser pagada. Hay países tan pobres que lo más razonable es condonarla. En determinados países convendría instaurar políticas de reinversión del servicio anual de la deuda para fortalecer programas nacionales de lucha contra la pobreza. A corto plazo habría que decretar una moratoria mundial de los pagos de la deuda hasta finalesdel año 2015, para poder destinar su importe al logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Y tendría que establecerse un acuerdo para que, cada año, la AOD recibida por los países empobrecidos fuera siempre superior al pago del servicio de la deuda. También habría que reconocer y restituir la deuda ecológica creada por el expolio de los bienes naturales de los países del Sur, por los impactos ambientales provocados por las actividades de las empresas transnacionales, y por la libre utilización del espacio global para depositar residuos y contaminar la atmósfera. La deuda ecológica es mayor que la deuda externa, empobrece al Sur y enriquece al Norte.foto_03

–¿Cómo cambiar las leyes del comercio?

–Un comercio internacional con justicia exige suprimir las subvenciones a las exportaciones de productos de los países ricos, que equivalen a cerca de 1.000 millones de dólares al día. Esos productos subvencionados hunden las economías productivas de los países del Sur. Actualmente por cada dólar que los países de la OCDE conceden a la AOD, destinan tres dólares a subsidiar las exportaciones. Simultáneamente hay que mejorar el acceso de las exportaciones de los países del Sur a los mercados del Norte. Oxfam ha calculado que, con un aumento de un 5% de sus exportaciones, los países del Sur ingresarían 350.000 millones de dólares, tres veces más de lo que reciben por AOD. Hay que establecer un nuevo marco regulador de precios para que las empresas transnacionales no incrementen sus beneficios a costa de los empobrecidos del Sur y exigir también que esas empresas paguen impuestos justos en los países donde extraen materias primas. Por otro lado, hay que tener en cuenta a los países más pobres que deben dar prioridad a su desarrollo interno y no pueden, ni deben exportar a toda costa.

–¿Qué deben hacer los gobiernos y los ciudadanos del Sur?

–Lo más importante es construir Estados de Derecho y de Justicia y articular políticas públicas para la educación, la salud, la producción agraria e industrial, la vivienda, la seguridad social, en las que se cuente con la participación de la ciudadanía. La democracia servirá para acabar con la pobreza y las desigualdades si se traduce en buen gobierno, en fiscalidad justa, en lucha efectiva contra la corrupción y en creación de una Administración Pública efi ciente. También es fundamental tener un poder judicial independiente, unos medios de comunicación al servicio de las clases subalternas, la articulación de la sociedad civil a través de una red potente de organizaciones ciudadanas, la instauración de presupuestos participativos. Necesitamos un contrapoder mundial formado por países del Sur que den prioridad a la lucha contra la pobreza y las desigualdades internacionales.

–¿Cómo entender el desarrollo desde la crisis actual?

–El mundo rico está formado por países «maldesarrollados» que han provocado la actual catástrofe económica y ecológica. En ellos impera una vida alienada, dada la creciente reducción del tiempo de la vida a la producción y al consumo dentro de sistemas de trabajo cada vez más precarizados. Nuestros niveles debienestar y consumo no son universalizables, destruyen el medioambiente y acumulan injustamente bienes públicos globales. Para responder a la crisis y lograr una justicia global tenemos que acabar con el modo de producción y de consumo del capitalismo e iniciar la transición a otra cultura que fundamente otra forma de vivir, de producir, de consumir, de distribuir los bienes. Si el objetivo para salir de la crisis se centra en reactivar la economía capitalista a través de procesos de ajuste y crecimiento, entraremos en la senda de un modo de producción neofeudal que exija más precariedad para obtener empleo a cualquier precio; en definitiva, un nuevo esclavismo. A eso nos encaminamos y eso es lo que les espera a los más jóvenes si sólo nos limitamos a favorecer la condiciones para revitalizar el capitalismo. La izquierda mayoritaria y los sindicatos europeos pueden favorecer una salida neocapitalista a la crisis, si no tienen una visión más profunda en sus acciones y propuestas. Han olvidado totalmente el trabajo cultural, no han sabido actualizar la rica tradición del movimiento obrero sobre el quehacer cultural y no tienen una estrategia postcapitalista para configurar otra economía. Tenemos que iniciar la transición a un ecosocialismo anticapitalista que vaya mucho más allá de una socialdemocracia verde.

–Los países del Sur, ¿tienen algo que aprender de la cfoto_04risis del capitalismo?

–En la parte final del libro afirmo que estos países deben aprender del «maldesarrollo» del Norte y buscar un ecodesarrollo alternativo que vincule la erradicación de la pobreza con formas de vida y de cultura no centradas en el materialismo capitalista. China e India se están equivocando de estrategia. El modelo de Brasil también es preocupante. Evidentemente en los tres países existen avances sociales importantes, pero su proyecto de crecimiento a toda costa está generando mucha desigualdad, destrucción medioambiental, explotación laboral, aniquilación de culturas. Hay esperanzas para instaurar un desarrollo distinto al capitalista en los proyectos de «bien vivir» de Ecuador, de Bolivia y de miles de movimientos del «feminismo y ecologismo de los pobres», especialmente en Asia.

–¿Por qué das tanta importancia en el final de tu libro a las éticas de la justicia y a las religiones de liberación?

–Para que sea posible otra economía, necesitamos otra cultura. El capitalismo es hiperproductivo, pero culturalmente es miserable. Tenemos que crear una nueva sabiduría planetaria metaeconómica. Este tipo de éticas y de religiones son fuentes de sabiduría alternativa a la ideología capitalista dominante. Pueden ayudar mucho para la construcción de una nueva cultura ciudadana que alumbre y regule otra economía. La crisis es tan radical que nos obliga a pensar una transición a otro tipo de civilización y de ser humano.